Sorprendente, aún recuerda.
Igual que yo.
La verdad es que aún pienso en
mi Hombre, aún le extraño infinitamente. Aún pienso en sus ojos, en sus manos, en sus palabras y la cadencia de su voz, en su pecho y como se sentía
acariciarle, en el refugio de sus brazos y la plenitud de dormir a su lado, en la ausencia del insomnio gracias a su presencia.
Pienso en la vida junto a él, en
la comunión de nuestros cuerpos, en la calidez de nuestro hogar.
Recuerdo la honestidad que
había en sus palabras, la generosidad que habitaba en su corazón, el amor que
reflejaba su mirada. Que crédula fui.
Tal vez siempre sea suya.
Soy una viuda, Mi esposo
simplemente dejó de existir.
Ahora me doy cuenta de que mi
espíritu ya se había unido a él de forma irremediable, mi corazón se casó con
él sin esperar a las formalidades.
Por eso mismo el amor que vive
en mi es el de la viuda.
Existirá para siempre, amaré
siempre a mi Hombre, amaré los recuerdos a su lado, y extrañaré el Consorcio de
Vida que nunca tuvimos, pero que tanto llegué a querer.
Extrañaré incluso el deseo y la
urgencia por la realización de mi propia fertilidad.
Mi amor será para siempre
Mi hombre no lo fue.
Le amé tanto, de una forma
impactante, tan completa y absoluta. Amé todo lo que era, amé sus ideas, sus
palabras, sus juegos y risas, amé cada centímetro de su cuerpo, amaba sentirme
inundada por su presencia. Amé incluso al monstruo, cuando creí que me amaba
también.
Su ausencia es asfixiante, pero
no hay nada que pueda hacer, y he comenzado a acostumbrarme a ella. Él ya no
existe en este mundo, es un cadáver más que tendré que llorar, y que solo
habitará en mis recuerdos.
Sigo mi camino con la mirada
alta, pues hice todo lo que era posible hacer, defendí mi felicidad hasta
agotar todas mis fuerzas y todos mis recursos, no me arrepiento de nada, no
tengo ninguna deuda.
Pero perdí, perdí tanto que aún
no termino de cuantificarlo. Siento la ausencia de todas esas partes de mí
misma que nunca habían sido dadas y que ingenuamente entregué, pensando que
siempre las tendría en el lecho junto a mí, y que ya no pueden recuperarse.
Todos esos eventos que creí que
fueron tan únicos y tan nuestros, y que ahora están mancillados por la
realidad, por la certeza de que no existe nada único para el monstruo, de que
nada es sagrado para él.
Felizmente hubiera caminado
junto a ese monstruo toda mi vida, felizmente lo hubiera refugiado y calmado
siempre, si nunca se hubiera vuelto contra mí.
Que no haya confusiones,
lector, el monstruo no es mi hombre, es otro diferente. No siento amor por él,
no le debo nada, no le he hecho ninguna promesa... Que no se atribuya la bestia
un amor que no es suyo, que no hace parte del mundo en el que existe.
Leo sus palabras con curiosidad
y avidez, y a veces veo en ellas los ecos de aquello a lo que amé. Pero son
solo eso, ecos, que se desvanecen cada vez más a medida que el tiempo pasa.
Hoy me he tomado el tiempo de
leer su pasado, y tal y como me pasa cuando veo su futuro, sentí una compasión
inmensa. Nunca va a ser lo que quiere ser, porque no quiere ser nada realmente.
No es solo mi monstruo, es un
monstruo también para si mismo.
El hombre que amé jamás
regresará a mí, pero tal vez pueda encontrar el camino de vuelta a sí mismo, a
su monstruosidad, y logre diluirla.
Pienso...
Todo lo que pudo ser y no fue.
Todo lo que si fue y me
arrebataron.
El talismán sagrado al que me vi
obligada a renunciar.
Todo está perdido, todo se ha
acabado. Pero las palabras siguen siendo tan ciertas hoy como lo fueron en el
último mensaje de amor.
La compasión que hay en mí no
es la del amo, no es la del dueño, ni la de la esposa. Es una compasión
dirigida a un ser de otra especie, que sigue replicando comportamientos que le hacen infeliz, que arrasa y deja a su paso daño y ruinas.
Yo me hice mortal, exhibí mi
parte más débil y blanda, y ahora pago el precio.
Pero ni yo misma sabía las
cosas tan hermosas y prístinas que podía llegar a entregar mi corazón, no sabía
que podía darme a mí misma de una forma tan absoluta. Fue un gran aprendizaje
descubrir que podía llegar a sentir con tanta intensidad.
La capacidad de amar es un
triunfo y un placer en sí mismo.
Uno que tal vez no pueda ya
llegar a sentir en semejante magnitud.
Pero eso no le preocupa a la
deidad, la mortal está muriendo junto al hombre que amó, y la Diosa se
despierta de su letargo, para ser amada y no para amar. El sufrimiento de los
mortales, incluso el de la mortal que fue, es irrelevante para ella.
Ya no me odio por extrañarle, pues no extraño al ser cruel y egoísta que me destrozó, no quiero de vuelta a la criatura despreciable y contaminada, no le extraño a usted... Extraño aquello que merece ser extrañado, al hombre que tan feliz me hizo, junto a quien construí una vida por más corta que haya sido.
Extraño al Dios Liber, que satisfacía como nadie a mi Diosa Eris.
Pero incluso ahora, en la admisión de mi anhelo, la voz realista en mí enumera todas las razones por las que lo que fuimos hubiera terminado de todas maneras.
Tal vez el autoengaño también sea una virtud.
Lo creí.
If—
ResponderEliminarRudyard Kipling - 1865-1936
If you can keep your head when all about you
Are losing theirs and blaming it on you;
If you can trust yourself when all men doubt you,
But make allowance for their doubting too;
If you can wait and not be tired by waiting,
Or, being lied about, don’t deal in lies,
Or, being hated, don’t give way to hating,
And yet don’t look too good, nor talk too wise;
If you can dream—and not make dreams your master;
If you can think—and not make thoughts your aim;
If you can meet with triumph and disaster
And treat those two impostors just the same;
If you can bear to hear the truth you’ve spoken
Twisted by knaves to make a trap for fools,
Or watch the things you gave your life to broken,
And stoop and build ’em up with wornout tools;
If you can make one heap of all your winnings
And risk it on one turn of pitch-and-toss,
And lose, and start again at your beginnings
And never breathe a word about your loss;
If you can force your heart and nerve and sinew
To serve your turn long after they are gone,
And so hold on when there is nothing in you
Except the Will which says to them: “Hold on”;
If you can talk with crowds and keep your virtue,
Or walk with kings—nor lose the common touch;
If neither foes nor loving friends can hurt you;
If all men count with you, but none too much;
If you can fill the unforgiving minute
With sixty seconds’ worth of distance run—
Yours is the Earth and everything that’s in it,
And—which is more—you’ll be a Man, my son!