lunes, 27 de agosto de 2018

Amar en tiempos convulsos

Hoy me fumé uno, dos, tres cigarrillos, aspiré las bocanadas de humo como si fueran el elixir bendito del olvido, como si al llegar a mis pulmones fueran a borrar toda mi tristeza, todo mi hartazgo.

Las expulsé en volutas de humo, mirándolas fijamente, esperando el momento en el que se desvanecieran, en el que ya no pudiera verlas más. Nunca pude determinar de forma exacta tal instante, pues aparentemente las cosas desaparecen de improvisto, justo en el momento en el que parpadeas, para privarte de una última visión, de un último placer entre la fugacidad.

Que extraña es la naturaleza humana, que desecha algo que alguien le ha dado, y ruega por obtener lo mismo de otro, que no desea otorgarlo. Que extraños son los impulsos de la autodestrucción, que nos llevan a convencernos de que deseamos felicidad, cuando los caminos que tomamos son los más alejados a ella.

Hoy dormí con diez hombres, o tal vez con ninguno, pues el ansia me gana, el deseo de borrar sus manos, de borrar toda huella de su paso por mi cuerpo, anhelo sacrificar su recuerdo, convertir su memoria en el sueño de alivio dentro de una pesadilla que nunca ocurrió.

Hoy he muerto algunas veces, cada vez que lo busco, cada vez que me resigno en su silencio muero un poco… Cada movimiento ansioso de los ojos, de las manos buscando un mensaje, me aniquila lentamente.

Hoy he llorado por mis amantes también, porque ahora que sé lo que se siente el dolor del abandono y la terminación, lamento no haberles brindado más apoyo, lamento no haber sido más delicada, más comprensiva, lamento, con toda el alma, que las necesidades cambien, que los deseos cambien. Pues ahora, después de tanto, yo estoy en sus lugares.

Sin embargo, hoy he renacido muchas veces más, cada vez que río, cada vez que pienso que, con cada minuto, con cada instante de silencio, estamos cada vez más lejos, me acostumbro más a su ausencia. Sé que al final, esa ausencia ya no será un puñal continuamente clavado, sino que se convertirá en pura tranquilidad, y cada vez menos pensaré en ella.

Hasta que, al final, no se note, no se sienta, no se recuerde.

Todo se convertirá en el firme convencimiento de que esquivé la bala.