martes, 20 de abril de 2021

A la Niña Mar, que descanse en su tumba.

 A veces extraño el calor del amor juvenil, la inocencia que nos embargaba, la esperanza que creíamos que se realizaría, todos los planes que nos atrevimos a pensar para que después la vida los destripara año con año, hasta convertir la realidad en el extremo más opuesto de esos sueños que compartimos.

Nunca nada se ha sentido como el amor del Hombre Dragón, muchos amores han sido más cercanos, más sinceros, más satisfactorios… Pero ninguno ha sido tan inocente, tan lleno de promesas eternas y de amor puro.


Era un tiempo en el que la eternidad parecía algo posible de prometer. 


Supongo que nada es como el primer amor.


Ahora el amor es cínico, es descarnadamente honesto, es limitado y condicional. Es real y sincero, si, pero también es duro e incierto.


Recuerdo también la rabia y el dolor, tan profundos, asfixiantemente dolorosos. Recuerdo las lágrimas que derramé cuando la primera cortina cayó y el Hombre Dragón me hirió, a pesar de que he vivido tragedias mucho mayores, no logro recordar lágrimas tan abundantes, tan dolorosas y tan continuas como esas.


Adelgace 10 kilos en ese tiempo…


Ahora la rabia y el dolor parecen lejanos, y tan agotadores que creo no poder sentirlos de verdad nunca más, incluso las emociones más desagradables parecen insulsas comparadas con los sentimientos de la época de la inocencia.


Ahora no queda nadie inocente en este lugar, aquí solo habita la criatura cínica y endurecida, la que aun amando duda, cuestiona, planifica, se prepara para un desenlace no querido.


Soy más honesta, claro, mi voluntad es más fuerte y ahora mis emociones me obedecen y se doblegan ante mi, cuando yo apenas me molesto en notar su presencia.


Sin embargo, extraño la apertura de la ilusión, los ojos que brillaban al ver un horizonte prometedor, sin saber que la vida es demasiado cruda como para sobrevivirla con ilusiones vanas.


Me erijo con orgullo en mi cinismo, en mi escepticismo que disfruta dudar de todo, en mis consejos nihilistas y descorazonadores. Amo la honestidad que me lleva a abrazar de forma consciente lo decadente de mi misma, lo doloroso y lo imperfecto que me ofrece el mundo.


Me miro al espejo viendo como el paso de los años ha cambiado mi reflejo, solo veo el rostro endurecido de la cínica, los ojos apagados de la escéptica, y ni un rastro del amor puro, de la inocencia del pasado… Ni un ápice de la Niña Mar que amó tanto a su Hombre Dragón.