jueves, 14 de junio de 2018

Lapsus


A veces, las lecciones más valiosas toman solo un par de segundos, en ocasiones solo hace falta un rápido y fulminante temblor para recuperar la serenidad, o perderla completamente.
Lo importante de los momentos no es su duración, así como la importancia de las personas radica en las lecciones que nos ofrecen.
A lo largo del tiempo he descubierto muchas ventanas en mi túnel, ventanas que me han permitido ver diversos caminos, diversas existencias… Recuerdo a todos aquellos que pudieron ser grandes amores, que tuvieron que terminar como simples conocidos, como simples curiosos, asomándonos a nuestras mutuas ventanas, intentando atisbar existencias que nunca exploraríamos.
Esos amores momentáneos e intensos siempre han sido lapsus, han sido todos de instante y ninguno de sustancia, cuya necesidad probablemente es creada por mi cotidianidad y mi aburrimiento.
De vez en cuando se vuelve necesario, comunicarme por medio de señas con algún desconocido, abrirle mi alma para que se dé un festín de sangre, para que ambos conozcamos placeres que jamás tendremos, y después irnos, separarnos, tomando los caminos que nuestros destinos dictan, caminos que jamás llegan a cruzarse ni a enlazarse, que solo transcurren paralelos, por un instante fugaz.
Los lapsus de abandono de mi misma son divertidos y altamente satisfactorios, así como también son una necesidad de cada cierto tiempo, son el medio para decirlo todo, soltarlo todo y olvidarme toda.
Pero, al fin y al cabo, son lapsus, periodos en los que los impulsos superan todo intento de razonabilidad, en los que el placer y el deseo enmudecen a los quereres reales, periodos tan destructivos y tan desconcertantes que están hechos para la fugacidad, para la muerte rápida.
Y sin importar su intensidad, sin importar el placer que me brinden, al final ningún lapsus es significativo, ningún lapsus está llamado a convertirse en usual, porque son un resbalón, la forma que tiene mi mente de trastabillar, para parar un momento y recargar energías para seguir en el camino pensado, en el camino delimitado y preparado.
Como siempre, soy el mar, y aunque soy irracionalidad, impulso y pulsión, siempre llega el momento de abandonar el viaje, de huir del naufragio y regresar a las costas de la soledad, con el suave mecer de las olas y la hermosa seguridad de la playa.

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