lunes, 10 de diciembre de 2018

Realismo


Es duro para una realista aceptar la ilusión que es su vida.

Aceptar las mentiras que corren bajo su existencia, como agua subterránea, la falsedad que permea todas sus acciones, la voluntad mental que posee para transformar la verdad a los ojos de otros.

Tanta voluntad que olvida cual es la verdad y cuál es la mentira, tanto esfuerzo para no conocerse, para verse al espejo y no reconocerse, para observar la mirada amorosa de ojos extraños, sentir los abrazos de desconocidos amigos de una mentira.



Toda la vida se convierte en una mera idea, toda su historia se convierte en una obra de ficción, todo parece ensayado, todo estuvo escrito desde el principio, todo ha sido calculado, incluso los giros más inesperados de la trama.

Tanta violencia que desea la enmascarada pacifica, tanta decadencia que quiere la profesional realizada, tanta sordidez que desea su corrupta corrección… Tanta autodestrucción que necesita el espíritu maduro y fuerte.

Tanta contradicción, tantas diferencias en la misma naturaleza, tanto engaño, tanto disimulo, tantas mascaras, tantas creaciones, tantos convencimientos.

Para terminar sola, en la oscuridad, sin tener idea de la propia identidad, del propio camino, de los propios deseos, sintiendo que la vida vivida no ha sido más que el culmen del perfecto engaño.

(Hay que aceptar,, sin embargo, que tal engaño ha salvado mi vida)