miércoles, 16 de mayo de 2012

En el puerto (Soledad: Un aparte)


El barco ha zarpado, lo veo alejarse, y observo también a los hombres sonrientes despidiéndose de sus mujeres y sus hijos, con promesas en los labios... Observo a esos hombres, destinados a convertirse en simples cadáveres, en objetos hinchados testigos de una violenta muerte y de un destino aun peor... Todavía viven, aun respiran, sonríen sin miedo... No saben lo que yo se, ni lo que sabe su monarca, son simples peones, en este terrorífico ajedrez.

Puedo volverme y caminar hacia mis habitaciones, puedo divertirme con mis doncellas o puedo visitar al rey, sin embargo, al ver alejarse la imponente nave, comienzo a sentirlo…

¡Me ahogo! ¡Me ahogo!

Siento el agua salada entrando en mi nariz, y quemando mi garganta, ahora soy yo la que se esta hundiendo en el mar, lejos del reino, de mi rey, de toda esperanza de salvación… No puedo respirar y aunque aun tengo fuerzas para nadar, no logro ver la superficie… Todo se ha sumido en la negrura, en una oscuridad húmeda y amenazante, completamente letal.

Estoy a salvo en el castillo observando como las olas golpean el casco del barco, pero siento como mi alma se ahoga en aquel tempestuoso mar.

Quizás es una señal, quizás el tiempo de la seguridad ha terminado… Tal vez es momento de dejar el puesto de reina y señora, y volver a mis raíces, a los vestidos bastos, a las anheladas armas, a los bosques y la libertad.

Sin embargo, la sensación remite, y el ahogo desaparece dejando el desagradable rastro salado en mi garganta… Volveré, pero este no es el momento, el cadáver que tanto amo no ha invocado mi nombre, y yo aun puedo caminar con tranquilidad para sentarme a la mesa de mi querido rey.

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