jueves, 1 de mayo de 2025

La falacia de la identidad

Yo soy yo. Yo soy la que ha sufrido, la que ha vivido, la que ha reído y llorado, eso lo dice el Ego.

En el interior de mi espíritu sé que soy nadie, que las experiencias que mi mente recuerda como pasado son sucesos que ocurrieron a otro ser, en otro universo. 

Los recuerdos bien podrían ser datos, solo implantados en un programa para crear la identidad que la simulación ha querido otorgarme. 

Simulación, o no, los recuerdos solo existen en mi mente y no en la realidad. Solía pensar que los sucesos eran reales en la medida en la que se creaban y existían en varias mentes simultáneamente, y se traían a la vida a través de la narración conjunta realizada por los protagonistas.

Ya nadie recuerda nada. Existe todo un universo en mi mente que nadie vivió, que nadie vivo recuerda. Mis recuerdos más preciados bien podrían ser un delirio de una mente soñadora. 

Los recuerdos viven en las heridas, lo sé. Solo basta con cerrar los ojos para sentir su dolor latente.

Pero al mismo tiempo, no soy yo quien ha recibido la herida, no soy yo quien ha vivido los que ahora son recuerdos febriles. Yo soy solo lo que soy hoy, solo lo que soy en este instante, en este lugar, todo lo anterior hace parte de mi, si, pero no soy YO.

En ese sentido, la identidad es una falacia y es una de mis favoritas. Lo escribo aquí porque he de recordarme no caer en ella.

Creemos que nuestra identidad está erigida en lo que hemos hecho, lo que hemos vivido y sufrido, que somos un mero resultado de un millón de acciones, pero esa es una falsedad, pues desconoce el efecto transformador del tiempo sobre cualquier cosa en nuestro mundo mortal.

También desconoce nuestra propia insignificancia, pues todo se transforma en este universo, y no somos tan relevantes en el gran esquema del todo como para hacernos excepción. 

Sufro, si. Pero ya no estoy segura si sufro por los eventos que han sucedido, si sufro por las versiones de mi que los han padecido, o si mi sufrimiento lo genera la falacia de esta identidad que no reconozco, pero que se ha forjado en el dolor.

En los últimos tiempos, mi espíritu se ha hecho más liviano, el sufrimiento ha vuelto a sentirse como la acostumbrada mirada del abismo existencial, y no como la greda hirviente y espesa que me ahogaba de dolor. 

Yo solo soy yo. Soy nada, soy nadie, soy líquido, soy energía y soy verbo. Solo existo en este instante, y en el instante siguiente una nueva yo me reemplazará, más fuerte y mejor.

Y sea quien sea yo, sin importar el momento en el que exista, estaré bañada por el inconmensurable y perenne amor de todas las que fueron antes de mí.