Las garras se
entrelazan, rasgan, se tensan y se relajan.
Los colmillos
muerden, exploran, brillan en una sonrisa que eclipsa a la misma oscuridad.
Cientos de
ojos examinan con atención, con malicia, juzgan, miden e intimidan.
La
monstruosidad se enrosca en la pureza y en la calidez hasta convertirla en un
mero guiñapo, en solo una ilusión de lo que era la claridad.
Y en la
oscuridad en la que la monstruosidad se enrosca sobre sí misma, con todos sus
hijos alimentándose de ella, existe la felicidad, la plenitud.
Los
arrepentimientos se extinguen en el despertar del cuerpo y los deseos, y la
vida en la superficie, en la normalidad, apenas parece un recuerdo lejano, un
sueño que recordamos y no podemos aprehender cuando algún incauto deja que la
luz nos deslumbre.
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