A veces, las lecciones más valiosas toman solo un par de
segundos, en ocasiones solo hace falta un rápido y fulminante temblor para
recuperar la serenidad, o perderla completamente.
Lo importante de los momentos no es su duración, así como la
importancia de las personas radica en las lecciones que nos ofrecen.
A lo largo del tiempo he descubierto muchas ventanas en mi
túnel, ventanas que me han permitido ver diversos caminos, diversas
existencias… Recuerdo a todos aquellos que pudieron ser grandes amores, que
tuvieron que terminar como simples conocidos, como simples curiosos,
asomándonos a nuestras mutuas ventanas, intentando atisbar existencias que
nunca exploraríamos.
Esos amores momentáneos e intensos siempre han sido lapsus,
han sido todos de instante y ninguno de sustancia, cuya necesidad probablemente
es creada por mi cotidianidad y mi aburrimiento.
De vez en cuando se vuelve necesario, comunicarme por medio
de señas con algún desconocido, abrirle mi alma para que se dé un festín de
sangre, para que ambos conozcamos placeres que jamás tendremos, y después
irnos, separarnos, tomando los caminos que nuestros destinos dictan, caminos
que jamás llegan a cruzarse ni a enlazarse, que solo transcurren paralelos, por
un instante fugaz.
Los lapsus de abandono de mi misma son divertidos y
altamente satisfactorios, así como también son una necesidad de cada cierto
tiempo, son el medio para decirlo todo, soltarlo todo y olvidarme toda.
Pero, al fin y al cabo, son lapsus, periodos en los que los
impulsos superan todo intento de razonabilidad, en los que el placer y el deseo
enmudecen a los quereres reales, periodos tan destructivos y tan
desconcertantes que están hechos para la fugacidad, para la muerte rápida.
Y sin importar su intensidad, sin importar el placer que me
brinden, al final ningún lapsus es significativo, ningún lapsus está llamado a
convertirse en usual, porque son un resbalón, la forma que tiene mi mente de
trastabillar, para parar un momento y recargar energías para seguir en el
camino pensado, en el camino delimitado y preparado.
Como siempre, soy el mar, y aunque soy irracionalidad,
impulso y pulsión, siempre llega el momento de abandonar el viaje, de huir del
naufragio y regresar a las costas de la soledad, con el suave mecer de las olas
y la hermosa seguridad de la playa.