miércoles, 30 de junio de 2021

Man muss machen, was man machen muss.

No hay orgullos que preservar, no quedan apariencias para guardar.

Al fin y al cabo, nadie queda aquí, a nadie le escribo, y estas letras, como siempre, solo serán un recordatorio de los senderos que he transitado, de las tierras áridas por las que divaga mi espíritu. 

La rabia se ha desvanecido, pues no es un sentimiento que encuentre su hogar en mi.

Y el pesar ha sido abrumador.

Aún lo es, y tendré que bajar al último de los círculos para poder deshacerme de él.

 

Mi temor al fracaso siempre ha sido apabullante, casi inmovilizante. Soy una de esos ególatras que le teme tanto al fracaso que no se esfuerza totalmente, pues hacerlo y aún así fracasar, resultaría intolerable.

Me esforcé al máximo, quise tanto la ilusión que por primera vez dejé toda mi piel en el fragor de la batalla.

Y fracasé.

Sé muy bien que fue una falta de juicio y no una falta de esfuerzo.

Pero no hay nada en este mundo que no hubiera dado por él.

Aún la romántica empedernida que habita dentro de mí no puede comprender que simplemente, el amor no es suficiente.

Aún guarda la esperanza irracional de retornar al lugar en el que fue feliz, y por más hermosa que le parezca esa ilusión a mi espirítu desesperanzado, he de aplastarla.

El problema siempre ha sido la esperanza, el exceso de fe en un dios falso, que en la realidad apenas alcanza a ser un humano.

El amor debería serlo todo, debería bastar para todo, pero lo cierto es que no es nada en el final de los finales.

 

He de enfrentarme a aquello que temo aún más.

“En mi habitación, 
duerme una suicida.
Duerme pequeñita,
duerme”

Los canticos han de terminar, ese trance soporífero en el que la he mantenido sumida.

He de despertar a la pequeña suicida encerrada en mi mente.

Ella es la primera de todas nosotras, y todas hemos sido sus carceleras.

Proclamo mi amor por la tristeza, pero siempre he amado a esa tristeza cómoda y hermosa que camina flemáticamente a mi lado sin molestarme, pero acompañándome, aquella que escribe conmigo poemas, que me enseña nuevas lecciones, y cuyos pequeños rasguños me causan placer.

Es momento de enfrentarme a la tristeza real, de la que escapo a cada instante, de sentarme frente a ella y mirar a sus ojos inmensos y abismales, de sumirme en la pegajosa brea que es su inmensidad.

Debo llenarme de ella, dejar que me toque y me invada, que pase cuanto quiera por mí, sostener la respiración y esperar salir del otro lado, pues resulta necesario para aprender la lección.

He de despertar a la pequeña suicida, precursora de todas, a aquella que guarda en sí la tristeza real y asfixiante de la que hemos huido por más de una década.

He de sentarme a su lado y escucharla por fin, he de acunarla en mis brazos y mostrarle el mundo agonizante en el que vivimos, con la esperanza de que desee quedarse en él.

Hemos de conversar, pues la siento cerniéndose sobre mí, siento su gigantesco peso posándose sobre mi pecho, sin dejarme respirar.

Es solo una niña, que ha estado dormida demasiado tiempo.

Pero ha existido siempre.

Fortaleciéndose con mi miedo.

martes, 29 de junio de 2021




Por primera vez no estoy agobiada con la vieja sed, urgente y perpetua.

Siento una nueva, y muy antigua, despertándose. No es la sed de la cazadora, no es la sed de la amante, no es la de la hedonista, ni la de la puta.

Siento la sed de la bruja invadiendo mi boca, siento el llamado de la madre en el lugar más hondo de mi memoria.

Siento la caricia de las mujeres que soy y he sido, curándome.

Nada de ti en mi, nada de mi en ti.



lunes, 28 de junio de 2021

Indigno (La última respuesta)

 

¿Acaso el monstruo intenta aliviar la consciencia de la que carece?
No tiene ninguna importancia, pues nunca pudo entender el sentimiento.
Nunca creyó en él.

Pero existe.

Nunca lo entregado fue tan puro, y nunca lo puro fue tan profanado.
Nunca la esperanza fue tan ciega, ni el corazón tan ingenuo.
Nunca la bruja fue tan esposa.

Y nunca fue tan poco merecido.



jueves, 24 de junio de 2021

Salvación

No entenderían mis procesos los espiritus inferiores. 

El motor es el odio a mi misma. No le odio. Ya no queda ningún sentimiento en mi para usted, más que la compasión.

Ha borrado su existencia en mi mundo, no se puede odiar lo que no existe. 

Los recuerdos permanecerán siempre, las lecciones aprendidas no se perderán, y la vida en el 206 no será olvidada. Pero su nombre se lo llevará el tiempo, y ni yo, ni aquellos que caminan conmigo, lo recordaremos nunca más.

No habitará en mis recuerdos más que una sombra, la imagen difusa de un monstruo, el recuerdo casi olvidado de un sueño que se convirtió en pesadilla.

No seré puerto, no seré refugio, no seré confidente. No se puede estar ahí para un ser que no existe.

Y con su inexistencia ha llegado el fin del hechizo. 

El collar de Schrodinger ya no es tal, ahora es una simple alhaja, encerrada en un bolsillo, esperando a ser enviada a un lugar que ahora es desconocido.

No hay nada ya que rodee mi cuello.

Siento pena por todas aquellas que vendrán después de mí. Por esas que no podrán esquivar la bala.

Aún no sé si yo misma la he esquivado.

Pero lo siento. 

Incluso mi cuerpo me advertía, con su malestar, de la monstruosidad que me miraba a traves de los ojos del amante.

Ya no habrán más monstruos, mi piel no volverá a ser horadada por las garras afiladas y mi sangre no volverá a ser bebida por aquellos sedientos de la vida de la que carecen.

Mi cuerpo será limpiado y purificado, la piel blanca será inmaculada de nuevo.

Los ritos de paso han comenzado.

domingo, 20 de junio de 2021

Del futuro: Te extrañé

 
El odio es un motor poderoso. Y yo siempre he estado llena de contradicciones.

Puedo sentirme tan estimulada por el amor como por el odio, por la sed como por la satisfacción.

No extraño a un extraño. Un ser extraño, a quien sería imposible extrañar, es el que existe ahora en la piel de alguien que amé, y que se ha ido.

Los recuerdos aún quedan incólumes, inmaculados. Extraño a quien habita en ellos, me extraño a mí, cuando también los recorría.

Y ahora tengo que contaminarlos, tengo que ensuciarlos con asco, inyectarlos con rabia y engaño.

El único camino es a través.

Y todo quedará destrozado.

Pero he estado aplazando mi salida, afuera llueve y aún no quiero mojarme.

Me invadirá la sed, me invadirá la fiebre de la caza cuando mis entrañas palpiten, correré sin mirar atrás y mi único deseo será purificarme con la lluvia.

Pero esta noche no es esa noche, y está bien. Esta noche me regodeo en la tristeza de los recuerdos felices, impolutos y falsos.

 

Acabará.

sábado, 19 de junio de 2021

Te extraño

 Me odio a mi misma por hacerlo.

La maldición de la hedonista

 Me siento total y absolutamente agotada. Estoy cansada de luchar batallas perdidas, por cosas equivocadas.

Mi naturaleza rebelde se rebela incluso ante mí misma.

Lo sacrifico todo en nombre del placer y de la felicidad momentánea. Puedo sacrificar mi cuerpo, mi corazón, mi tranquilidad.

Todo, en nombre del próximo orgasmo, del próximo te amo, del siguiente idilio que satisfaga a la romántica idealista que llevo adentro, esa que se ve en la necesidad de autoengañarnos, para pensar que en este mundo inhóspito puede florecer el amor duradero.

Este mundo inhóspito que me habita. No en el que habito yo.

El mundo inhóspito de mi alma, ese mundo inhóspito que me odia, y que me fuerza a arar y cosechar en tierras estériles, que disfraza los pantanos como blandas sábanas y los pequeños placeres que ofrece el suelo yermo como grandes y abundantes festines.

El mundo inhóspito de mi aceptación, de mi resignación, de mi cinismo, de mi pasivismo, de mi masoquismo. El paisaje desierto, con las huellas de lo que alguna vez estuvo ahí.

De todas esas partes que me he arrancado, y he dejado a lo largo del camino. Todas me faltan, pero son de otros ya.

El agujero que ha dejado esta nueva parte arrancada sanará, se convertirá en cicatriz, y habrá hecho el panorama más desierto, más desolado.

Busco, siempre busco y nunca encuentro. Porque no quiero encontrar. Porque huyo y escapo, porque camino entre senderos de cuchillos, sorprendiéndome cuando me cortan, porque la tragedia es mucho más estimulante, escribe mejores historias, es la más grande de las maestras.



La felicidad eterna, sin dolor, se haría absurda.

Y también hay belleza en las cicatrices, en el panorama yermo y agreste, en la brutal honestidad de la consciente esterilidad.

No existe un balance entre mis placeres y mi autopreservación.

Un día moriré en un último frenesí de placer.