lunes, 23 de julio de 2018

Un cuento para mi muerte.

Asegúrense de que nadie llore por mí, asegúrense de que las lágrimas de los santos no sean malgastadas en la suerte de los pecadores. Asegúrense de avisar a todos mis amores, para que sepan que el fantasma de la felicidad pasada y de la crueldad injusta ya no habita en su mundo.

Pidan un funeral con ataúd cerrado, para que cada uno de ustedes me recuerde como fui en nuestro último instante juntos, pues quiero ser, por siempre, el rostro de la vida, el rostro que generé en sus recuerdos.

No permitan que me perfumen, que me vistan, ni me maquillen… No permitan que sea otra, diferente a la que siempre fui.

Consuelen a esos pocos, ingenuos, que se entristezcan por la pérdida de algo que desde siempre estuvo perdido. Pero, por favor, que nadie llore, pues esas lagrimas me ahogarían incluso en la muerte.

Celebren la existencia, la vida y sus lecciones, celebren mi desaparición, mi recuerdo, mis memorias y mis raíces, pues, aunque desde siempre fui una desarraigada, encontré mi hogar en la ilusión de la existencia trascendente.

No olviden que viví, con las palabras como armas, no olviden que mis luchas fueron mis verdaderos amores eternos, no olviden que siempre quise querer, siempre quise ayudar, que nunca quise destruir.

Olvídenme a mí, pero no se olviden de las lecciones, no olviden las caminatas en la noche, las conversaciones sin fin, las promesas que, en su momento, siempre fueron sinceras.

Finjan que me he ido de viaje, y que no retornaré, logren convencerse de que estoy conociendo todo lo que siempre quise conocer, de que estoy aprendiendo de mundos nuevos, como cualquier turista.

Al fin y al cabo, la muerte es solo el comienzo.

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