No tienes derecho a sorprenderte cuando un monstruo te arranque la piel con sus dientes, no tienes derecho a esperar que te acaricie, pues aunque sus manos son suaves, es claro que son solo las mascaras de las garras afiladas.
No puedes juzgar a la monstruosidad cuando se relame ante la carne tierna que le es ofrecida, cuando actúa como su naturaleza así lo dicta.
Júzgate a ti, juzga tu debilidad, tus malas decisiones, tu deseo de entregarte a aquello que te causará sufrimiento, tus quereres supuestamente desinteresados que siempre esperan una retribución.
No existirá retribución, el monstruo no tiene nada que dar... Pero su hambre es eterna y está sediento de la suavidad que ocultas.
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