martes, 1 de febrero de 2011
Agonía
¿Qué final les espera a las poderosas bestias? ¿Cómo muere la temeraria pantera o el imponente pero cobarde león?
¿Mueren por obra de los dientes mortíferos de sus congéneres, o esperan a la parca en el bochorno estremecedor de la selva y a la sombra del oscuro árbol?
¿Qué es lo que queda de aquel que fue poderoso y aterrador? ¿Qué es lo que queda de aquellos reyes y reinas, cuyos lacayos les obedecían y cuyos enemigos les temían?
Caen al olvido y terminan sus días como tristes anacronismos, simplemente esperando y agonizando.
Agonía… si la zozobra nunca había llegado a sus vidas.
Agonía… si la caza se les hace imposible y mueren de inanición.
Agonía… Si el mundo se les vela a causa de las cataratas.
Agonía… Si las garras han perdido su filo y los dientes su fulgor.
Agonía si la majestuosidad se pierde en los hilos del tiempo.
Agonía, todo es agonía si luchas contra el olvido y pierdes la batalla.
Así mismo sucede con el hombre… La vida es lucha, si… Pero el fin y el comienzo de la lucha es agonía, lo agonizante de luchar, lo que nos ha ilustrado Unamuno en su intento de preservar creencias muertas, apoyadas en la fe de un Dios inexistente y lejano.
Como dicen, “Se puede morir sin agonía y se puede vivir, y muchos años, en ella y de ella. Un verdadero agonizante es un agonista, protagonista unas veces, antagonista otras”.
Algunos viven en agonía, y otros, ni en su muerte la padecen.
Agonizamos luchando contra lo inevitable…
Y sobre los que mueren en agonía; me pregunto si en realidad no han nacido muertos ya.
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